Uno de los aspectos más interesantes desde el punto de vista pedagógico del documental dominicano Isla de plástico (2019) es la motivación del director José María Cabral para su realización: un ciudadano común y corriente que, preocupado por los graves efectos de la contaminación en la vida cotidiana de los habitantes de Santo Domingo, decide investigar sus causas –llevándolo a convertir su obra en un llamamiento ecológico. Al igual que el realizador, la gran mayoría de personas, a pesar del conocimiento de la emergencia medio ambiental, hacemos caso omiso de la misma hasta que altera de forma evidente nuestro día a día –por lo que la identificación del público con el arranque del documental es total.
Iniciando la exploración sobre la problemática del tratamiento de basuras en La Duquesa –un vertedero gigante a cielo abierto donde, en medio de montañas de desperdicios, trabajan cientos de personas adultas y menores de edad buscando materiales para su venta, en condiciones infrahumanas–, el realizador nos lleva por diferentes lugares de la isla que se encuentran en situación de precariedad medioambiental, tejiendo así un relato que nos lleva a concluir que, si no actuamos inmediatamente, dentro de poco tiempo no tendremos un planeta para vivir –entre otras razones, porque estaremos literalmente ahogados por el plástico. Observar cómo las tortugas marinas, después de recorrer cientos de kilómetros, desovan en las playas en las que nacieron hace cincuenta años y que actualmente son basureros de botellas de plástico que ponen en peligro el nacimiento y salida al mar de sus crías, resulta desolador y nos hace caer en la cuenta de las enormes equivocaciones que, como especie, estamos cometiendo.
Por otro lado, resulta muy significativo conocer de cerca la realidad de un país como República Dominicana, considerado popularmente como un paraíso turístico del Caribe. Cabral indaga en profundidad y nos descubre un país, el suyo, donde la desigualdad desorbitada, la corrupción política, el turismo masificado y descontrolado y la falta de educación son causas de problemas locales, pero también globales.
Sin embargo, así como nos muestra imágenes perturbadoras de la contaminación, también nos enseña a individuos y colectivos comprometidos con el mejoramiento y la preservación del medio ambiente –desde organizaciones internacionales no gubernamentales hasta por entidades locales, asociaciones de vecinos y simples ciudadanos que ejercen su responsabilidad ecológica. Todos ellos, con actitud positiva, creatividad, resolución y esperanza trabajan en sus respectivos ámbitos por revertir el daño causado en nuestro hogar, la Tierra, centrando su labor en la ejecución practica de la regla de las tres erres ecológicas: reducir, reciclar y reutilizar.
Por tanto, Isla de plástico ofrece para el trabajo en las aulas una perspectiva verdaderamente educativa en la que profesores y estudiantes, además de conocer la realidad de la emergencia medioambiental generada por la mala gestión de los residuos –especialmente plásticos–, también descubren caminos humanos para conseguir los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030. El documental puede trabajarse de forma transversal con alumnos de 10 a 17 años –es decir, niveles educativos de último ciclo de Primaria y toda la Secundaria.