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Recomendación: ‘El jugador de ajedrez’, hablemos de posibilidades didácticas
Publicado el 14/10/2024
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EL JUGADOR DE AJEDREZ

Año: 2017
Director/es: Luis Oliveros
Duración: 98 minutos
Clasificación: NO RECOMENDADA PARA MENORES DE 12 AÑOS
Género: Drama Histórico
País/es: España
Intérprete/s: Marc Clotet, Melina Matthews, Alejo Sauras, Andrés Gertrudix, Pau Dura, Stefan Weinert, Mike Hoffmann, Maarten Dannenberg, Lionel Auguste, Christian Stamm
Productora/s: GOMERA PRODUCCIONES, A. I. E., HERNANDEZ & FERNANDEZ PC, ISHTAR FILMS, S.L., TORNASOL FILMS, S.A.
Versiones: Español | Español con subtítulos en español | Español con subtítulos en inglés

Estrenada en 2017 y dirigida por Luis Oliveros, El jugador de ajedrez parte del guión de Julio Castedo –que había escrito la novela homónima de 2009– y está protagonizada por Marc Clotet y Melina Matthews. Cuenta además con la producción del profesor Juan Antonio Casado.

El reciente éxito de la miniserie Gambito de dama nos vuelve a recordar las posibilidades didácticas del ajedrez, fundamental en nuestra historia, con un pasado mítico que forma parte de un relato que le hace también único. El jugador de ajedrez cuenta la historia de un campeón de esta disciplina, Diego Padilla, que se ve envuelto en los acontecimientos políticos que sucedieron con la Segunda República española y la posterior Guerra Civil. Y que también, huyendo de un mundo derrumbado, llega a otro con el mismo fin: el París de la Segunda Guerra Mundial.

El jugador de ajedrez se puede estudiar desde muchos puntos de vista, los mismos que podemos trabajar en clase y que podemos utilizar como herramientas docentes. Pero hay una idea, una sensación que queda y que cala, y es que en un mundo que se derrumba, donde nada de lo que tenías te sirve ya, donde nada es lo que era y todo en lo que creías ha sido destruido, el ajedrez te ordena, te estructura, te hace resurgir, es un salvavidas. Y gracias a él nuestro protagonista vive, se salva y después se reunirá con su familia.

El ajedrez es un juego de estrategia de origen indio. Kublai Kan habla a Marco Polo de este juego, y es verdad que una partida te enseña mucho del carácter y de los valores del contrincante. Es curioso cómo en España mantenemos una terminología que viene directamente de su origen (p. e. «jaque mate») pero al tiempo somos los únicos que le hemos cambiado el nombre: Schach en alemán, scacchi en italiano, chess en inglés… están más cerca de la raíz que nuestra denominación.

En El jugador de ajedrez aparecen jugadores profesionales disputándose un título, aparece el mundo de las escuelas de ajedrez, que se mantienen incluso en plena guerra, y se muestra cómo el valor de un gran jugador trasciende ideas y circunstancias políticas. En un campo de prisioneros como el de Vincennes que, aun terrible, no fue como otros, la película muestra la relación entre el coronel Maier y nuestro protagonista en torno al ajedrez –que supuso la tabla de salvación temporal para un militar que no es un estereotipo nazi, y que incluso salva a su maestro o compañero de ajedrez cuando tenía la orden de matar a todos los prisioneros antes de huir.

El ajedrez se muestra como la gran herramienta de entrenamiento y de crecimiento, es a la vez una radiografía y un panel, donde dos se enfrentan mediante estrategia, pundonor, conocimiento y atrevimiento. Y esto es también un instrumento que, a nivel transversal y como apoyo a varias competencias didácticas, puede y debe ser introducido en el aula, como en muchos otros ámbitos –y desde hace mucho, se viene haciendo.

En la República Popular de Hungría había institutos de educación secundaria especializados en ajedrez, lo mismo que los había especializados en matemáticas, música, deportes o idiomas –una visión que se contrapone a la negativa a admitirlo como asignatura que hemos vivido varias veces. Es obvio que introducir el ajedrez en la enseñanza reglada no es una aventura descabellada, ni siquiera es un gran riesgo: bien parece, al contrario, una buena posibilidad educativa.

La película es también una preciosa historia de amor. La he visto muchas veces, con grupos y en solitario, y al final siempre surge el mismo nudo en la garganta y la esperanza de que pase lo que tiene que pasar, con una figura de caballo que es el gran símbolo de redención.

En clase, cuando estudiamos la Segunda República española, la Guerra Civil o la Segunda Guerra Mundial, tenemos en esta película una herramienta para trabajar muchos ámbitos: quiénes son los agentes involucrados en la proclamación y en la destrucción de la República española, quiénes participan de la Guerra Civil española, a nivel nacional e internacional, y quiénes estuvieron involucrados en el conflicto internacional que la continúa, seis meses después, donde muchos españoles pasaron a combatir frente a los mismos pero en otro lugar. Analizar los acontecimientos internacionales desde la óptica de unos pocos protagonistas ayuda a entenderlos y a hacerlos reales –quizá una de las grandes necesidades que seguimos teniendo en una educación a veces demasiado teórica y lejana.

La destrucción interna y externa que supone ingresar en un campo de concentración o una cárcel sin ninguna garantía, que afecta al que entra y a su familia, está bien retratada en la película. La maldad y la amistad, que se subliman en estas circunstancias, arrollan a nuestro protagonista, y solo el ajedrez le va a hacer sobrevivir. Hay una bajada a los infiernos de los que solo remonta gracias al juego, gracias a sus recuerdos, y el tablero que pinta mil veces en un taburete –que le quieren destruir porque saben que es de algún modo su propia dignidad. Es un juego del bien y del mal, de vivir o morir, y es el ajedrez lo que hace a Diego Padilla volver a ser quien era, resurgir de sus cenizas y vivir para volver a ver a su hija y a Marianne.

El jugador de ajedrez es un magnífico recurso didáctico desde múltiples ópticas. Por su puesto, el propio valor formativo del ajedrez está perfectamente señalado y es el eje de toda la historia. Nuestros protagonistas huyen de un mundo derruido a otro que también se destruye, y asistiremos al resurgir de Diego Padilla gracias a lo que siempre fue uno de los ejes de su vida, como campeón internacional y como medio de sustento: el ajedrez. Se describe bien un periodo tremendo de nuestra historia nacional y mundial, y entendemos mejor el mundo que se perdió y lo que supuso para sus contemporáneos, que jugaron una partida en la que unos perdieron y otros ganaron –algunos con artes que no siempre son confesables.


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