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Miguel Delibes, o la ética como estética
Publicado el 05/08/2024
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La gran biblioteca del cine ha sido la literatura. El catálogo es inmenso. Dos mil años de creaciones al alcance de cualquier adaptación. Desde Homero a Victor Hugo, desde Shakespeare o Cervantes a Hemingway. Todas las historias allí contenidas: dramas, comedias, tragicomedias, épicas, líricas… Un lugar en el que todo lo que ha sido posible quedaba en sus páginas depositado. La tentación, por tanto, de un buen número de cineastas era acudir allí en busca del arca invisible de la alianza entre la literatura y el cine.

Retrato de familia (Antonio Giménez-Rico, 1976).

Desde las primeras filmaciones, las novelas, sobre todo, fueron el material del que estaban hechos los sueños cinematográficos. El incipiente cine español no fue una excepción. Se versionó Don Juan Tenorio (1910), El abuelo (1925) de Galdós… y así transcurrió el siglo XX. El cine también se convirtió en feliz expresión del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante en Un oficio del siglo XX. Pero la suerte de las distintas adaptaciones fue diversa, distante y distinta. Ante la avalancha se llegó a una primera conclusión, no exenta de cierta maldad: «De una buena novela se hace una mala película y de una mala novela, una buena película». Razones no faltaban.

En el caso del escritor vallisoletano, castellano viejo, Miguel Delibes, se dio una feliz conjunción, porque buena parte de sus excelentes novelas fueron llevadas a la que se llamó la gran pantalla –con suerte, no podía evitarse, variopinta. Es buena la enseñanza de algunos escritores cuando advierten que ellos han cedido los derechos de adaptación, pero no quieren saber nada del guión ni del rodaje.

Delibes tuvo suerte, pues entre todas las novelas que se transformaron en películas, algunas rompieron el tópico: de una buena novela surgió una gran película.

Entre otros, fue el caso de Los santos inocentes (1984) y de una novela tal vez menor, pero que logró una versión cinematográfica más que aceptable: El disputado voto del Sr. Cayo (1986). Aquello fue una anticipación. Una idea recurrente en la obra de ficción y en los libros de viajes, de andar y ver, de Delibes, es la salvaguarda no sólo de la Naturaleza, sino de las formas de vida cercanas a su conservación. Por decirlo en palabras más rotundas: de los que viven de ella, la cuidan, la miman, la protegen y extraen, con ancestral cuidado y respeto, sus riquezas. Otro aspecto recurrente en la obra de Delibes, y que estos días adquiere plena vigencia, es la denuncia del éxodo descomunal que se produjo hacia los años cincuenta, sesenta y setenta del mundo rural a las grandes ciudades españolas, cuando no europeas.

La guerra de papá (Antonio Mercero, 1977).

Delibes ya señala a lo que ahora se ha denominado «la España vacía» (Sergio del Molino). En la versión de Antonio Giménez Rico de la novela de Delibes, el personaje del Sr. Cayo que interpreta, soberanamente como siempre, Francisco Rabal (74 años y subiéndose a los árboles), es más que una metáfora conmovedora, emocionante, de esa soledad que impera en 1977, al comienzo de la democracia española, en miles de pueblos de la geografía española. La acción transcurre, precisamente, en los días previos a las primeras elecciones democráticas desde 1936, y en un pueblo prácticamente abandonado del bellísimo norte de la provincia castellana de Burgos. Gracias a Platino Educa he tenido el goce de volver a la película. El candidato que se presenta a diputado socialista, antiguo luchador antifranquista, Víctor Velasco (Juan Luis Galiardo, espléndido en el papel), llega allí en busca del voto de los únicos pobladores: Cayo, su mujer y otro vecino con el que no se habla y que no llega a aparecer.

El disputado voto del Sr. Cayo (Antonio Giménez-Rico, 1986).

De las escenas que a cualquier espectador le quedarán en la invisible memoria hay una que ennoblece la condición humana: es cuando los visitantes le recuerdan a Cayo las condiciones en que vive, sobrias, enjutas, durísimas. Él, sorprendido, les contesta: «Pero yo no soy pobre», porque «todo lo que está, sirve». También destaca en la película la escena de las abejas, en la que Cayo imparte una soberana lección de dignidad, honradez y sencillez, todo en unas cuantas frases humildes, sabias. Cayo posee esa sabiduría popular que tanto deslumbrara, también por los campos de Castilla, a Antonio Machado.

El tesoro (Antonio Mercero, 1990).

Nueve son las películas basadas en obras de Miguel Delibes, y siete de ellas a disposición de los usuarios de Platino Educa: Retrato de familia (Antonio Giménez-Rico, 1976), La guerra de papá (Antonio Mercero, 1977), Los santos inocentes (Mario Camus, 1984), El disputado voto del Sr. Cayo (Antonio Giménez-Rico, 1986), La sombra del ciprés es alargada (Luis Alcoriza, 1989), El tesoro (Antonio Mercero, 1990) y Una pareja perfecta (Francesc Betriu, 1998). Pero pocas han sido capaces de mostrar a un personaje tan inolvidable como ese señor Cayo. Sí, el cine también tiene sus magias.

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